La afición del Barcelona no es que nunca haya tenido muchas luces. Repasemos los ejemplos.
Se presentan como el epítome de la
catalanidad. Sin embargo, la entidad fue creada por un suizo (Hans, que no Joan,
Gamper) y, de hecho, se dice sus colores azul y granate son los del lugar de
origen de su fundador. Repasando en Wikipedia, he visto que, en efecto, los
colores de su localidad natal, Winterthur, son el rojo y el blanco, y los del
cantón de Zúrich, en el que se ubica, el azul y el blanco. Claro, que lo mismo podría
buscarse cualquier otra combinación que satisficiera la cromática de la
elástica del Farça. En cambio, el Real Club Deportivo Español fue fundado
por españoles (catalanes, principalmente), y sus colores son los del blasón del
almirante Roger de Lauria que, aunque nacido en Italia, estaba al servicio de
la Corona de Aragón.
Se presentan también como la esencia del
antifranquismo, frente al presunto equipo del régimen, cuando en
realidad los equipos del régimen eran ellos y el Athlétic (entonces, Atlético)
de Bilbao, y el Real Madrid, presidido por el monárquico Santiago Bernabéu, no
empezó a ser la máquina de ganar títulos que es ahora hasta que fichó a un tal
Alfredo Di Stéfano. Eso, por no hablar de las dos (o tres) veces que el Caudillo
salvó a la entidad de la quiebra, a lo que la entidad correspondió con dos (o
tres) insignias de oro y brillantes que, valerosamente, le han retirado
cuarenta años después de muerto.
Se califican a sí mismos como más que un
club, cuando son menos que nada, porque deben ser la única entidad
deportiva sobre la faz de la Tierra que vive en función de su odiado (y
envidiado) rival.
Son tan idiotas que, en la eliminatoria de la Copa de Europa contra el Paris Saint Germain (Pesegé, no Peseyé), los radicales culerdos apedrearon el autobús de su propio equipo. El titular dice que por error, pero no estoy yo tan seguro…
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