Hay veces en que encontrar un tema para mantener la cadencia semanal de estas reflexiones atemporales resulta complicado. De hecho, aunque tiendo a reflexionar -a veces de forma quizá no demasiado articulada, lo que podría inducir a algunos a pensar que no reflexiono en absoluto- sobre casi todo, hay veces en que me repito (de hecho, ha estado a punto de ocurrir la semana pasada).
Sin embargo, hay una circunstancia que ha
venido a echarme una mano (digresión: hay veces en que pienso que, en general, tengo
hasta demasiada suerte en la vida…). Resulta que, en el trabajo, asisto a unas
clases de inglés. El profesor, de tanto en cuanto, saca un tema y nos pregunta
sobre el mismo (digresión dos: mi hipótesis es que está preparando una tesis
sobre las corrientes de pensamiento en el funcionariado español, y nos utiliza
como materia prima para ello); y como los temas suelen tener cierto interés, me
aprovecho y los aprovecho. Y uno de ellos fue el que reciclo hoy. Vamos
a ello.
Hasta no hace demasiado, la Naturaleza
imponía sus reglas, y el ser humano no podía hacer nada, o podía hacer muy
poco, para escapar de esta, llamémosle así, tiranía. Pero las ciencias
adelantan que es una barbaridad, y ahora podemos hasta manipular el código
genético de los todavía no nacidos.
Sobre sí deberíamos o no hacerlo, mi
respuesta sería un sí o, más bien, un sí pero. Como con casi todo
en este mundo, el tema tiene sus pros y sus contras. Por ejemplo, saber que un
feto tiene una enfermedad de origen genético es de indudable importancia para
curarla, si es que resulta posible. La complicación radica en ese si.
¿Debería permitirse el nacimiento de ese feto, sabiendo que porta una
enfermedad incurable? Porque el tema bordea la eugenesia, si es que no cae
directamente dentro de ella.
Además, algunos -los que pudieran
permitírselo- podrían encargar un hijo por diseño, con tales o
cuales características físicas o intelectuales. Además de que el jugar a ser
dioses podría tener consecuencias imprevistas e incluso imprevisibles (no lo
sabemos todo, por más que a algunos les guste pensar que sí), tal cosa no
debería ser permitido, a menos que esas peculiaridades tengan propósitos
médicos: el caso paradigmático sería el de un niño concebido (en el sentido
tanto biológico como de diseño) para obtener un donante para un hermano ya
nacido.
En resumen, la cuestión no es si debería
permitirse -porque se va a hacer (y, de hecho, ya se ha hecho), permitido o
no-, sino en qué circunstancias y con arreglo a una regulación tan estricta
como sea posible.
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