El marxismo es una doctrina que nació hace casi doscientos años, en unas circunstancias geográficas e históricas muy concretas. Lo mismo que el Islam. Y al igual que la doctrina fundada por Mahoma, con la que comparte el odio a Occidente y al cristianismo, permanece anclada en las circunstancias en las que se originó. No ha evolucionado un ápice.
Pero el mundo ha cambiado. Se ha hecho, por
así decirlo, más pequeño. El aserto lincolniano de que no se puede engañar a
todo el mundo siempre habría que reformularlo en el sentido de que ahora apenas
puedes intentar engañar a la gente cinco minutos. Con la pluralidad de fuentes
de información, intentar ocultar un hecho es como ponerle puertas al campo: un
esfuerzo vano.
Sólo los muy aborregados o los adoctrinados pueden tragarse las ruedas de molino que el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer. Porque, además, al otro lado de los Pirineos no son idiotas. Y si el psicópata de la Moncloa y sus acólitos dicen que la Organización de las Naciones Unidas -para lo que sirve ese engendro burocrático, de todos modos- ha censurado las leyes de concordia de algunas comunidades gobernadas por el PP, la realidad es que ni la ONU ha hecho tal cosa -lo han hecho a petición de parte unos relatores (es decir, voceros a sueldo) afines a la izquierda-, ni dichas normas se han aprobado todavía y , puesto que contemplan realmente a las víctimas de ambos bandos, están más cerca de responder a su nombre que las llamadas de memoria.
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