Planteé esta reflexión
hace un par de meses, y pensé cómo habrían cambiado las cosas desde entonces.
Cuando saltó la noticia, hace cuarenta días, de que Estados Unidos advertía de que Rusia invadiría Ucrania de forma inminente, pensé que la realidad me iba a
chafar la entrada. Y al final me la chafó, porque apenas dos semanas después Rusia invadió Ucrania a sangre y fuego. Pero empecemos por el principio.
Mi reflexión hace dos
meses era que con Putin estamos como estaba Europa con Hitler hace ochenta y
tantos años: un autócrata que, en virtud de unos pretendidos derechos
históricos, y de asegurar la existencia de poblaciones de su órbita cultural,
iba absorbiendo territorios, prometiendo todas las veces (Austria, los Sudetes,
Checoslovaquia…) que sería la última vez (solo quiero, solo quiero),
pero volviendo una y otra vez a las andadas.
Y las democracias
occidentales, por evitar la guerra y porque, total, ¿a quién le importa lo que
pase en Viena, o en Praga, o…?, tragaban… una y otra vez. Y siguió hasta que se
le paró; pero antes, como dijo Churchill, entre la guerra y el deshonor se
eligió el deshonor… lo que no evitó que se tuviera también la guerra.
Como todos los matones, además
de apelaciones grandilocuentes a una misión sagrada, el tirano de turno amenaza
con represalias si se le detiene. En concreto, Putin -en una nada velada
referencia al arsenal nuclear- avisó de consecuencias nunca vistas en la Historia.
Que tiene la falta de escrúpulos necesaria para emplear ese arsenal está fuera
de toda duda; falta por ver si está tan loco, o se encuentra tan desesperado -repasemos
Juegos de guerra: si emplea armas nucleares, es casi seguro que se le responderá
con la misma moneda, lo que supone asegurar la destrucción mutua- para apretar
el botón nuclear.
Y, dado que cada vez hay
menos noticias sobre Cataluña y la Covid-19 -hablaré de esto en cinco semanas-,
y que la crisis del PP parece que se va cerrando, dedicaré una serie de
entradas a este tema. Esperemos que acabe pronto.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!