Como he señalado muchas veces, para la izquierda -especialmente la española; o quizá no especialmente, pero desde luego que con total certeza-, cuando la realidad y sus postulados chocan, es la realidad la que está equivocada.
Pero la realidad es testaruda, inasequible al
desaliento e inagotable, y acaba imponiéndose. En tales casos, cuando se ven
forzados a reconocer la inevitabilidad de los hechos, guardan todavía un último
as en la manga: la culpa nunca es suya.
Por eso, cuando el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer ha decidido el fin de la
rebaja del impuesto sobre el valor añadido en algunos alimentos, y una cadena
de supermercados con origen levantino decide anunciar dicha medida en carteles en sus establecimientos, con quien se encoleriza la izmierda patria es
con el empresario.
Nunca, jamás, con el político que tomó la decisión.
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