Cuando una persona desempeña su trabajo, no en función de sus deberes objetivos, sino de quién le colocó en el puesto que ocupa, pierde cualquier atisbo de objetividad e independencia. Esta pérdida se produce igualmente aunque actúe objetiva e independientemente, pero parezca que lo hace, en plan Beltrán Duguesclín, para ayudar a quien le paga.
Porque, si la número dos de la
fiscalía general del Estado pide la exoneración de su superior, el fiscal
particular del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer,
por la filtración de los datos relativos a la pareja de la presidente de la comunidad
de Madrid, uno puede opinar que lo hace porque verdaderamente cree, como dice
la interfecta en su escrito, que los hechos no son constitutivos de delito.
O puede ser un malpensado, como yo, y estar convencido de que lo hace por salvarle el culo a su jefe y, de rebote, a Petisú y al psicópata de la Moncloa.
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