Que una persona destaque en un determinado campo del saber (tomando saber en su más amplia acepción) no le convierte, por arte de birlibirloque, en una autoridad intelectual o en alguien respetable e intachable.
Einstein, un gran científico, era un profundo
misógino; Gandhi tampoco es que se portara muy bien con las mujeres; a Newton no había quien le soportara; Hitler era
vegetariano y amaba a los animales… pero ya sabemos cómo era en todo lo demás. Spencer
Tracy, un actor excelso, era un alcohólico y fue infiel a su mujer. Y así
sucesivamente.
Javier Bardem, al que incluso yo considero un actor decente, es un ser humano -al menos a mis ojos- bastante repugnante. Displicente, maleducado, hipócrita… la última fue en el festival de cine de San Sebastián -ese en el que nunca se ha condenado el terrorismo de la banda de ultraizquierda-, cuando con ocasión de un homenaje a Bigas Luna volvió a dejar muestras de su no saber estar y quiso, como siempre, ser el niño en el bautizo, el novio en la boda… y hasta el muerto en el entierro.
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