Desde el comienzo de la transición se empezó a transigir con los regionalismos, en la confianza de que, concediéndoles algunas prebendas, renunciarían a sus aspiraciones máximas. Si algo ha enseñado la Historia -la Alemania nacionalsocialista, sin ir más lejos-, dar a un chantajista lo que exige no hace más que exacerbar sus ansias.
Y así, gobierno tras gobierno, concesión tras
concesión, esos parásitos que son los regionalismos vasco y catalán han ido
chupando la sangre del resto de España, sin encontrarse nunca ahítos, sin darse
nunca por satisfechos.
Y es que en lo único que son de fiar unos y
otros es en que no son de fiar. Tan pronto llegas a un acuerdo con ellos, están
pensando en cómo traicionarlo. Por eso, cuando el psicópata de la Moncloa sacó
su plan contra la máquina del fango -debería empezar por aplicarla en su
casa, su partido y el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer-, tanto los neocom -molestos porque los cocuquistas les
han comido la tostada- como los jotaporcatos -resentidos porque ahora
son los ierreceos los compis guays- han amenazado con tumbar el plan de
marras.
De éxito en éxito hasta el desastre final.
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