Dicen que la mentira tiene las patas muy cortas. Cuando el mentiroso, además, es más corto que el rabo de una boina, tanto daría que las tuviera tan largas como las de una jirafa, porque se les pilla igualmente.
Hace unas semanas, las fuerzas del orden arrestaron durante unas horas a Nacho Cano, bajo la acusación de alguna ilegalidad en la contratación de sus becarios en el musical Malinche.
Tanto el artista -aquí sí que cabe emplear este término, al menos en el sentido que de doy yo de alguien capaz de hacer algo que la mayor parte de la gente no puede ni aunque se empeñe- como el espectro político y social a la derecha de los de la mano y el capullo negaron tales acusaciones, y señalaron que más bien se trataba de una combinación entre intento de amedrentar a alguien con proyección que les critica y cortina de humo para ocultar los sucesivos y crecientes escándalos en el entorno político y personal del psicópata de la Moncloa.
Ahora -es un decir: hace tres semanas-, una inspección sorpresa de Trabajo ha certificado que los becarios de Malinche son legales.
Acabáramos.
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