La negligencia criminal, con resultado de decenas de miles de muertes, en la que ha incurrido el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer debería llevar a sus integrantes al banquillo de los acusados, seguido de una larga estancia en algún establecimiento penitenciario por una larguísima temporada.
Pero, aunque no fuera así, todos
y cada uno de sus miembros deberían quedar inhabilitados para la vida política,
y sus formaciones sufrir el repudio de la ciudadanía hasta que los hijos de nuestros
hijos -hablo metafóricamente, no tengo descendencia… que yo sepa- fueran ya
ancianos. Porque la hipocresía y el desprecio a los demás con los que se han
conducido antes, durante y después del estallido de la pandemia resultan obscenos,
hasta para gente tan ayuna de principios y de escrúpulos como aquellos a los
que la aritmética de los escaños ha puesto al timón del país.
El último caso, que se sepa, es
que los neocom han reconocido -antes se coge a un mentiroso que a un
cojo, dice el viejo refrán español- que hicieron acopio de mascarillas en Alcorcón mientras el consejo de ninistros, a través de su portacoz
científico, negaba que fuesen necesarias.
Si no eran necesarias, ¿por qué
las acopiaban? Si lo eran, ¿por qué decían lo contrario? Y que no me digan que
porque no había suficientes, porque ahora ya sabemos dónde estaban… al menos,
una parte de ellas.
Por ello, y por mucho más…
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