El día que Baltasar Garzón Real fue expulsado de la carrera judicial, tras haber sido condenado por el Tribunal Supremo a once años de inhabilitación por un delito de prevaricación, fue un gran día para la judicatura española.
No sólo por ser alguien venal -no
estoy muy seguro del significado de esta palabra, pero tengo el pálpito de que
le es aplicable-, sectario, ambicioso, vanidoso, prevaricador y, en definitiva,
injusto, que también. Pero es que, además, como profesional de la carrera
judicial era técnicamente malo: las causas que él instruía raramente llegaban a
ninguna parte (salvo al cubo de la basura, se entiende), porque estaban
plagadas de defectos.
Por ello, el que se diga que el
fiscal general del gobierno consorte diga que quiere volver a la judicatura
-hay fuentes que aseguran que este mes cumple los once años de inhabilitación a
los que fue condenado, pero a mí no me salen las cuentas- es, a contrario
sensu, una malísima noticia.
A propósito: ese día fue el 22 de Febrero de 2.012.
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