Ha sido la casualidad -y la falta de alternativas, claro- lo que hace que, precisamente en el día de las elecciones regionales madrileñas, hable de la falta de coherencia de la izquierda española en relación con la violencia.
Entendámonos: la izquierda
española es incoherente en todos y cada uno de los órdenes de la vida -como
suelo citar, sólo son coherentes en aquello que dijo Pablo Iglesias Senior
en sede parlamentaria de que este partido está en la legalidad mientras la
legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando
ella no le permita realizar sus aspiraciones-, pero hoy toca hablar de una
incoherencia en particular.
Antes de entrar en harina, una
matización: cuando programé esta entrada no se sabía todo lo que luego
se ha sabido. Tampoco cuando empecé a redactarla , ya que unos días antes de su
publicación escribí los dos primeros párrafos. Pero dejo tratar esos coletazos
para dentro de tres semanas, por varias razones: para no pegar demasiado
a la realidad lo que es una entrada que pertenece a una serie en teoría
genérica; para poder juzgar si el tema afectó, o no, a los resultados de las
elecciones que se celebran hoy (aunque espero no tardar tanto tiempo en
valorarlos); y porque, ¡qué demonios!, así tengo material para una entrada más.
Para la izquierda española, toda
violencia ejercida por ellos es legítima y justa; y, a la recíproca, toda
violencia ejercida contra ellos es ilegítima e injusta. Llevando las cosas al
extremo, todo lo que hicieron las izquierdas durante la segunda república, la
guerra civil y el franquismo -terrorismo vasco incluido- estaba justificado;
mientras que todo lo que hicieron las derechas (incluido el no dejarse matar, o
el dar matarile a asesinos miserables para los que la muerte era un castigo
demasiado benévolo) estaba mal.
Ciñéndonos al presente, los de la
mano y el capullo han exigido que todas las fuerzas políticas condenen las
amenazas recibidas -el que sobres con balas dentro hayan llegado hasta su
destinatario, saltándose múltiples controles, tanto en Correos como en los
respectivos ministerios, supone una cadena tan enrevesada de casualidades que
es difícil no pensar que detrás haya una mano… negra, roja o morada-, pero considera legítima la violencia ejercida contra Vox (lanzamiento de adoquines
incluido) y justifica el escrache a Begoña Villacís (y eso que el partido
pomelo se ha caído de la foto de Colón) de hace año y medio, cuando
estaba embarazada de nueve meses porque, dicen, estaba en un acto público,
no estaba con su familia.
Mientras, el mamarracho
alfalfa señalaba a Su Majestad el Rey don Felipe VI, a quien Dios guarde
muchos años, y le acusaba de connivencia con el fascismo por no haber
condenado las amenazas recibidas. Dejando aparte que, como otras figuras
políticas de más categoría personal y moral que él (para lo cual tampoco hay
que correr) han puesto de manifiesto, el recibir anónimos con amenazas es
moneda habitual en la vida política española (desgraciadamente), si el Jefe del
Estado tuviera que condenar todas y cada una de esas amenazas no tendría tiempo
para encargarse de otra cosa.
Y luego está el panfleto neocom
fundado por el empresario golpista, que buscando una conexión entre las
amenazas y lo que ellos llaman ultraderecha, averiguaron que el
esquizofrénico que envió la carta (¡firmada!) con una navaja dentro a la ninistra
de Impericia (confieso que he tenido que buscar el antónimo en internet, pero
me ha encantado el resultado) está, en efecto, estrechamente relacionado con
Vox: un tío suyo está casado con una prima del padre de Iván Espinosa de los Monteros.
Dado que todos descendemos de Adán y Eva, al final cualquier amenaza de estas está hecha entre parientes…
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