Bastaría con que las autoridades españolas dieran un paso atrás -es decir, que dejaran de prestar atención a lo que sucede entre el Ebro y los Pirineos- para que los enemigos internos de España se despellejaran entre ellos.
Como he dicho muchas veces, el
odio que profesan a España es lo único que supera el aborrecimiento que se
tienen entre sí. Una buena muestra ha sido la concentración que a principios de
semana se realizaba frente a la sede de los ierreceos, en la que un par
de centenares de jotapercatos gritaban lindezas al bleferóptico
con sobrepeso, llamándole traidor y deseando que se pudriera en prisión.
En prisión debería pudrirse, sí… él, y todos los demás, del primero al último, incluyendo el fugado en Waterloo.
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