El psicópata de la Moncloa, sobre muchas otras cosas, es un liberticida. No es que en esto se diferencie demasiado de otros de su cuerda -recordemos el Montesquieu ha muerto o el Pero a estos [los jueces] ¿no hay nadie que les diga lo que tienen que hacer?-, pero el descaro del individuo está alcanzando cotas estratosféricas.
En su opinión, el Fiscal General
del Estado depende del Gobierno (pues eso), y por ello pensó que
colocando a la concubina del juez prevaricador al frente del Ministerio
Público, y dado el principio de jerarquía que informa el mismo, tendría la cosa
controlada.
Pero no existen los crímenes
perfectos, ni siquiera en el cine; es más, para que un delincuente tenga
opciones de no ser descubierto, es necesario que tenga un algo nivel de
inteligencia. Y Sin vocales, admitámoslo, es un sujeto intelectualmente
limitadito. Por lo tanto, necesita que sean otros -porque, además, es un
cobarde- los que hagan los crímenes por él.
Por otra parte, la gente empieza
a estar cansada de sus desmanes; o, por mejor decir, empieza a cansarse de no
hablar. Y hablan, vaya que si hablan: hace casi cuatro semanas, el mismo día,
supimos que la jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia de Valencia, en
relación con el caso Camps, obliga a imputar a Mónica Oltra por el caso
de su exmarido, el (presunto) abusador de menores a las que tutelaba; y,
además, tuvo que ser la fiscal general del desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer la que con su voto de calidad inclinara la decisión del consejo fiscal en relación con la ley de desmemoria
antidemocrática que ha engendrado (¿por partenogénesis?) la indocta egabrense.
A quien los dioses quieren destruir, dicen, primero les vuelven locos. Lo malo es lo de quienes tenemos que soportar sus locuras.
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