La semana pasada, mi sobrina
pequeña -tiene siete años-, mirando mi librería, me preguntó Oye, tito, ¿te
has leído este libro tan gordo que pone jota erre erre…? Se trataba,
naturalmente de El Señor de los Anillos; en concreto, la edición ilustrada por Alan Lee. Le respondí ¿que si me lo he leído? Ocho veces,
lo que le sorprendió.
Viene esta anécdota a cuento de
que, en lo referente al corpus central (valga la probable redundancia)
del legendarium del viejo profesor, pocas cosas habrá que me
sorprendan. Pero siempre ha espacio para la novedad, y el libro del que trata
esta entrada es una de ellas.
A mediados de los ochenta, tras
haberme leído el mencionado corpus -es decir, El Silmarillion, El
Hobbit y El Señor de los Anillos-, entré en contacto con el
resultado de los trabajos que Christopher Tolkien emprendió para sistematizar
el ingente caudal de producción inédita de su padre. Leí así -en inglés-,
primero los Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
-posteriormente lo haría también en español-, y luego los doce volúmenes -sólo
recientemente se ha añadido un decimotercero, no editado ya por Tolkien hijo-
de la Historia de la Tierra Media.
Pero en esos doce volúmenes, y en
los libros que podríamos llamar adyacentes (es decir, las versiones que
podríamos llamar históricas de los relatos de Beren y Lúthien, Túrin y
Tuor) faltaba algo. Precisamente, la evolución de lo que fue la primera
narración en ser publicada. Porque, como ya he dicho en otra parte, El
Hobbit no nació perfectamente formado en su forma final sino que, en
concordancia con el modo de trabajar de Tolkien, meticuloso y perfeccionista, experimentó
una constante evolución que sólo se detuvo con la muerte de su autor.
Sólo muy recientemente me enteré
de que el estudio de esa evolución existía, y me apresuré a comprarlo;
en inglés, naturalmente, sólo porque no tengo noticias de que se haya publicado
en español, sino en coherencia con mi lectura de la creación del resto del legendarium
(aunque desde hace tiempo me estoy planteando el adquirirla en español, si es
que la reeditan).
Resultó ser un libro muy gordo,
que diría mi sobrina. Un poco más de novecientas páginas, sin contar los
índices. Y que, además, me permitió darme cuenta de que tenía adquirido (¡desde
2.006!), pero no leído, ‘El Hobbit’ anotado, que inmediatamente puse en
cola de lectura.
Y un libro que hace posible ver
cómo evolucionó la historia, con variaciones de fuste (inicialmente, el jefe de
los enanos se llamaba Gandalf, y Bilbo iba a ser quien matara al dragón), pero
también con constantes (el número de los enanos y casi todos los nombres)… y
con esas sorpresas con las que de vez en cuando se encontraba Tolkien: la
Batalla de los Cinco Ejércitos no estaba prevista inicialmente.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!