Leo, el día después de la Epifanía de Nuestro Señor, el siguiente titular: El grotesco intercambio epistolar entre Pablo Iglesias y el golpista encarcelado Pedro Castillo. Y luego, como titular secundario, En una insólita misiva, Iglesias se solidariza con Castillo y vuelve a hablar de las élites internacionales como causantes de lo ocurrido en Perú.
Según el diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua, insólito es raro, extraño, desacostumbrado.
Y, la verdad, yo no encuentro rareza, no me produce extrañeza y me parece de lo
más acostumbrado que el neocom español se cartee con aspirantes a
autócratas del otro lado del charco.
Tanto él como todos los de su
ralea han apoyado, ayudado, asesorado y cobrado de todas los regímenes socialistas
del siglo veintiuno, como definió el gorila rojo a lo que es la autocracia
de izquierdas de toda la vida. No tiene por tanto nada de sorprendente que
preste su apoyo a otro que tal baila, uno que ha hecho, por valor o por inconsciencia,
lo que él no ha tenido ni tendrá valor de hacer, porque es un cobarde, un
miserable, un matón.
La sorpresa radicaría, quizá, en que el peruano, dadas las dificultades que ha mostrado para expresarse de palabra, sepa leer.
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