Hace ya mucho, el partido de la mano y el capullo se convirtió en una máquina de alcanzar y detentar el poder. Esa ansia o esa posición es lo único que les mantiene unidos, prietas las filas y como una unidad de destino.
A esto ha ayudado el hecho de que
la derecha tradicionalmente ha tenido una actitud -lo
que algunos periodistas llaman ser maricomplejines y otros conservañoños-
que les ha ayudado: por miedo a la crítica o a ser tachados de franquistas,
muestran un seguidismo y una aplicación en la ejecución de las políticas de
izquierdas que ya quisieran para sí los epígonos de Senior.
Sólo en momentos puntuales -básicamente,
cuando han estado en la oposición- y con determinadas personas -el primer Aznar,
Triple Ese en sus intervenciones parlamentarias- ha sido capaz el
Partido Popular de enfrentar la autoconcedida superioridad moral de la
izquierda.
Por eso les saca tanto de quicio
Isabel Díaz Ayuso, igual que les sacaba de quicio Esperanza Aguirre: porque
ambas saben que la derecha, al menos en España, gestiona mejor que la
izquierda, y que ésta tiene mucho más de lo que avergonzarse que aquélla, y no
se cortan en recordárselo a la izquierda cada vez que tienen ocasión.
Y cuando el PSOE pierde la
iniciativa, es como los boxeadores sonados, que empiezan a lanzar golpes sin
ton ni son y no aciertan (iba a decir no dan una a derechas, pero casi habría
que añadir ni a izquierdas) ni uno. Y claro, cuando Petisú Montero
se ha hartado de decir que hay que subir los impuestos, y llega el candidato Juanito
Lobito proponiendo una bajada de impuestos en Madrid -porque, si Isabel
Díaz Ayuso hace bajada tras bajada, no puedes pretender vencerla diciendo que
vas a subirlos: tendrás que decir que vas a bajarlos, aunque (ya se sabe que
las promesas electorales se hacen para incumplirlas) no tengas ni la más mínima
intención de hacer efectiva esa promesa-, es lógico que en Ferraz haya lo que el
titular llama malestar.
Yo, que soy menos fino, lo llamaría cabreo de tres pares de dídimos.
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