La izquierda española siempre me ha producido una duda. Sé que son malos (eh, son de izquierdas) y sé que son estúpidos (eh, son de izquierdas), pero cada vez que creo dilucidar cuál de los dos rasgos es preponderante, hacen algo que me induce a cambiar de opinión.
Con el actual desgobierno
socialcomunista, que tenemos la desgracia de padecer, y el psicópata de La
Moncloa a su frente, la estulticia ha ganado mucho terreno. Y es que siguen
siendo malos, pero se empeñan, una y otra vez, en obviar la esencia de la
prudencia: hay cosas que no deben pensarse; si se piensan, no deben decirse en
voz alta; y si se dicen en voz alta, no deben difundirse.
Pues bien, se empeñan en pensar
tonterías, en verbalizar esos pensamientos y en hacerlo a bombo y platillo,
para que todo el mundo se entere bien enterado. Ocurrió cuando Sanchinfas
habló de dar un gran salto adelante -mira tú que no habrá metáforas con
menos muertos a sus espaldas, incluso entre la hemática historia del marxismo-,
y ha vuelto a ocurrir cuando, casi acabando el pasado año, se dirigió a los
borreg… esto, militantes del partido de la mano y el capullo pidiéndoles que
imaginaran lo que lograrían cuando el viento sople a favor.
Servidor tiembla sólo de pensar en imaginarlo.
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