La izquierda, al menos la española, parece haber asumido desde hace tiempo -desde hace bastante tiempo- que nadie en su sano juicio y con un mínimo de independencia vital les votará.
Es por ello que se ha dedicado
con fruición a la creación de redes clientelares, subsidios, subvenciones y, en
general, a comprar las voluntades ajenas con dinero ajeno; porque, nunca se
dirá las bastantes veces, el dinero público no carece de dueño: es de todos,
indocta egabrense.
La última ha sido crear un subsidio especial para los artistas en paro, una panda de (como diría la norma creada durante la segunda república española) vagos y maleantes que, de tener que ganarse la vida por sus méritos artísticos, fallecerían de inanición.
Es el caso de Eduardo Casanova, un actor y director,
egocéntrico y maleducado, que va por la vida pidiendo a gritos que le sacudan
una bofetada de ida y otra de vuelta, para así poder hacerse la víctima y vivir
un poco más del cuento. La última ha sido esta semana pasada en Pasapalabra,
donde después de ganar la prueba de la pista musical le dedicó una
peineta a no se sabe quién por no se sabe qué.
Pero me estoy desviando del tema. ¿Qué nombre reciben los que comen en un pesebre? Ganado, piara, reata, rebaño, manada…
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