Cuando la turba perroflauta ocupaba las calles y plazas públicas -naturalmente, sólo de aquellos municipios en los que gobernaba el PP-, tomé la costumbre de referirme a ellos con el epíteto, no admitido por el diccionario pero fácilmente comprensible, de delinquidores.
Dado ese origen, no es de
extrañar que una vez han empezado a detentar el poder, se acuerden de dónde
vinieron y miren por los que siguen allí. Por ello, no es de extrañar que hasta
la guardia civil sienta impotencia cuando ocupan su vivienda y le destrozan la casa, la familia y la vida.
O que la ley animatonta de Juanita Petarda dé más derechos a los gatos callejeros que a los seres humanos no nacidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario