El año pasado, de modo repentino y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, el psicópata de La Moncloa varió inopinadamente la opinión histórica de la diplomacia española en relación con el Sáhara Occidental, y pasó a alinearse con la postura marroquí (no, no quiero decir con el culo en pompa y mirando a La Meca).
Posteriormente saltó la noticia de
que los teléfonos móviles de varias autoridades del Estado, incluyendo miembros
del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, con su
primer ninistro entre ellos, habían sido objeto de hackeo, obteniendo de
ellos archivos e información en un volumen apreciable, aunque sin que haya
trascendido qué documentación ni qué datos.
La gente, que es muy malpensada,
coligió que quizá detrás del espionaje estuvieran los servicios secretos de la
autocracia alauita, y que con esa información en la mano le habían apretado los
tornillos a Sanchinflas.
Ahora, hace apenas una semana, el país del moro gurrumino subió la apuesta y exigió a Sin Vocales el control pleno del espacio aéreo del Sáhara. Si el marido de Begoño accede, será legítimo que todos nos preguntemos por qué lo hace.
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