El psicópata de La Moncloa es un autócrata decidido a controlar todos los resortes de poder para perpetuarse en la poltrona o, al menos, prolongas su estadía detentando el poder todo lo posible. Para ello, no se va a parar a pensar en nimiedades como el qué dirán, el guardar las apariencias, el mantener la independencia de los órganos constitucionales o, ya puestos, respetar el ordenamiento jurídico.
Y por eso propuso e impuso como
defensor del pueblo a Ñoñilondo II, que hasta cinco minutos antes había
sido candidato, fracasado, a la presidencia de la comunidad autónoma de Madrid.
Por eso puso como fiscal general del desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer a quien, hasta cinco minutos antes, había sido ninistra
de Injusticia de ese mismo gabinete. Y por eso ha promovido como miembros
del supremo intérprete de la Constitución a tres interfectas que apuestan por
el enjuiciamiento con perspectiva de género y que se autoproclaman como expertas
en igualdad (porque, al parecer, los varones no son capaces de dominar tan
abstrusa doctrina).
Que los del sector conservador
del Constitucional -un error prestarse al juego de conservadores y
progresistas, cuando los magistrados lo que deberían ser es doctos en la
materia, y punto- se indignen por el sectarismo de los progresistas
a estos les trae al pairo.
Ladran, luego cabalgan.
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