Algunos dirigentes del PP y algunos creadores de opinión -léase, periodistas- sostienen que este no es el PSOE de la transición, o que no queda nada del PSOE tradicional y que el psicópata de La Moncloa lo ha rehecho a su imagen y semejanza.
En mi
opinión, tales afirmaciones están equivocadas. Aunque puede ser cierto que en
su historia más que centenaria es difícil encontrar una época en la que los de
la mano y el capullo hayan caído más bajo -probablemente, la década de los
treinta del siglo pasado-, no es menos verdadero que siempre han hecho honor al
estreno parlamentario de su fundador.
Por otra
parte, los mandatos sucesivos de zETAp y Sin vocales han convertido la
formación en un páramo intelectual, expulsando o arrinconando a las pocas
mentes lúcidas y hasta brillantes (no por nada, formadas en el sistema
educativo del franquismo).
Es por eso que cuando el Partido Popular, en su obsesión por la centralidad, dice que abre la puerta al talento del PSOE, le está abriendo la puerta a la vacuidad más absoluta, a la inexistencia total.
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