Podría decirse (con matices) que
España abrió y cerró el proceso descolonizador. Si exceptuamos la independencia
de los Estados Unidos y la de Haití, las colonias españolas en América -unas
colonias un tanto extrañas, puesto que tenían representantes en las Cortes
españolas, como las de Cádiz que elaboraron nuestro primer texto
constitucional- fueron las primeras naciones en acceder a la independencia.
Del mismo modo, prácticamente
todo el continente africano se había emancipado de las metrópolis europeas
cuando los territorios bajo bandera española dejaron de estarlo: Guinea Ecuatorial
se independizó en 1.968, y el abandonamos el Sáhara Occidental en 1.976. Y digo
abandonamos porque, ante la llamada marcha verde organizada por el moro
gurrumino, el ejército español… dio media vuelta y siguió avanzando.
De nuevo, eran unos territorios
un tanto extraños. Cuando se independizaron los territorios del Nuevo Mundo, la
división de España en provincias todavía no se había producido; pero tanto Guinea
como el Sáhara eran provincias -de hecho, sólo el Sáhara aumentaba el territorio
español actual en un cincuenta por ciento, cosa de la que me he enterado
preparando esta entrada-, así que, de hecho, a lo que renunciamos fue a una
parte del territorio patrio.
Y la morisma -léase, el comendador de los creyentes o su orondo hijo- aprendió la lección: ante un país
de acomplejados, basta con dejar a un lado los escrúpulos y avanzar con
decisión, que los giliprogres recularán (a lo de ponerlo en pompa
todavía no se ha llegado, pero todo se andará). Y así vez tras vez: cada vez
que quiere algo, arroja a sus turbas contra las ciudades españolas en el Norte
de África, o envía embarcaciones y más embarcaciones hacia Canarias. Y como
España no ha pegado un puñetazo sobre la mesa, salvo una vez -y bien que reculó
el sátrapa alauita-, Marruecos ha venido consiguiendo lo que quería. Como, además,
es el autócrata útil frente al fundamentalismo, tiene el apoyo del Imperio.
Y así, cuando el sátrapa magrebí
lanza una avalancha de africanos contra Ceuta -porque abrir las puertas de la
valla fronteriza es como llamar goteo a abrir las compuertas de un
embalse-, se habla de caos migratorio y de indiferencia de Marruecos.
Pero nada de indiferencia, es algo querido y provocado por nuestros vecinos
del Sur, que no entienden otra respuesta que la mano dura. Porque, de lo contrario,
tendrás a miles de personas - la población aumentada en un diez por ciento,
así, de repente- por la calle, sin mascarillas y con robos, y a los españoles
de Ceuta metidos en sus casas y muertos de miedo.
Mientras, el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer está, as usual, como pollo sin cabeza. El ninistro Pekeño y la inútil de Exteriores se dedican a contradecirse; Madgadita, lo único decente del gabinete -¡cómo
será lo demás! (exclamación puramente retórica, por supuesto)- se empeña en contradecir a los hechos y afirma que no vamos a aceptar el más mínimo chantaje y
que con España no se juega; el psicópata de la Moncloa viaja a Ceuta
para restablecer el orden (sí, sí, tal como lo lees) y lo que consigue es que, además de patearle el coche oficial, le llamen de todo menos bonito (los hay que no aprenden); y
como España no acepta chantajes, le suelta treinta millones a Marruecos para
que controle su frontera.
Y más. Es el líder de la oposición
el que se tiene que poner en contacto con el primer ministro -cuando en cualquier
país medianamente normal las cosas ocurrirían al revés-, y éste acusa a aquél
de utilizar la crisis con Marruecos para intentar derribarle
(dejando aparte que se está cayendo solo, parece haber olvidado el Prestige
o los atentados del 11 de Marzo, por no hablar la sentencia sectaria sectariamente
interpretada en que se apoyó para llegar a la Moncloa), algo que, por otra
parte, resulta perfectamente legítimo.
Seguimos. La embajadora marroquí
habla claro tras ser llamada a consultas y dice que hay actos que tienen
consecuencias; el desgobierno mantiene ocultas las cifras del despliegue militar (esto último, lo único sensato, pues no conviene dar pistas al enemigo);
y desde Moncloa no dejan que Zarzuela intervenga -no vaya a ser que lo
solucione- , ya que, aunque la Casa Real se ofreció a actuar, no le dejan
porque no es su papel resolver una cuestión política (o migratoria,
o humanitaria, o de otro tipo, según a quién preguntes).
Y todo esto -todavía no lo había
dicho- por meter de tapadillo en España al jefe del Polisario, una joyita
con una hoja de servicios (de atentados a violaciones, pasando por
torturas) que hace que Arnaldo Otegi (por ejemplo) parezca, en comparación, una
ursulina.
O casi.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!