Tras las elecciones regionales, en la mayor parte de las comunidades autónomas en las que el PP fue la primera fuerza política necesitaba de Vox para alcanzar mayorías absolutas que le permitieran gobernar.
En algunas comunidades, como
Valencia o Baleares, se alcanzó un acuerdo con relativa facilidad y ausencia de
complejos. En otras, como Murcia o Aragón, la cosa avanza, a distintas
velocidades y con ciertas trabas.
Y luego estaba el caso de
Extremadura, donde a la candidata del PP se le llenó la boca diciendo que jamás
pactaría con Vox, porque eran todas esas cosas que la izquierda dice de ellos. Vamos,
que más parecía que quien estuviera hablando fuera un suciolisto o un neocom
que un popular desacomplejado.
La cosa se explicaba un poco
porque la susodicha, de apellido Guardiola (hay que fastidiarse), era uno de
esos remanentes de la época de Casado y García-Egea, una que en 2.016 decía
cosas como que si hubiera tenido que trabajar con Bildu lo hubiera hecho,
y que al parecer buscaba repetir elecciones para obtener la mayoría absoluta,tener pleno poder en la franquicia regional y acabar con la oposición interna.
Tanto se pasó de frenada, que tuvo que recular.
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