Cuando un político hace algo reprobable o que, simplemente, no desea que se conozca, se preocupa de que no quede rastro de su actuación.
Así, Winston Churchill dijo que
la Historia le trataría con benevolencia, porque tenía la intención de
escribirla. En un estilo menos elegante, más del Sur de Despeñaperros, Felipe
González dijo, a propósito del caso Flick de (presunta) financiación
ilegal del PSOE, que no hay pruebas ni las habrá, ni de Flick ni de Flock.
No es que Isidoro fuera
precisamente un modelo de estadista ni de orador, pero al lado de la patulea
que hoy hoza en la formación que antaño dirigió parece casi Cicerón o Julio
César. Porque el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer
une, en tal medida que se hace difícil determinar qué es lo que prepondera, la
inepcia a la desfachatez.
Y así, a propósito de la carta
que (presuntamente) escribió Pedro Sánchez, dirigida al tirano que impera al Sur
del estrecho de Gibraltar, por la que se daba un giro copernicano a la postura
española sobre la antigua provincia española -porque eso, como Guinea, es lo
que fue, y no colonias, como suele decirse- del Sáhara Occidental, y se
ponía el tafanario en pompa para que el moro gurrumino hiciese lo que le
pugliera, han tenido que admitir que no existen en Moncloa documentos sobre la misiva.
Y se quedan más anchos que Pancho, oye…
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