Cuando la izquierda enarbola una bandera, la que sea, se puede estar seguro de que lo que ocurrirá es que se envolverá en ella pero hará lo diametralmente opuesto.
Alzó la bandera de la democracia,
y la mayor parte de las tiranías que en el mundo han ocurrido lo han sido de
izquierdas, del fascismo a los soviets, pasando por el nacionalsocialismo o la
China comunista.
Abrazó la bandera del ecologismo,
y las mayores catástrofes ambientales imputables al ser humano lo han sido en
países comunistas, de la casi desaparición del mar de Aral a Chernóbil.
Izó la bandera del reparto de la
riqueza, y pocos individuos no vinculados a una empresa -la corona del Reino
Unido puede considerarse casi una empresa, eso sí, familiar- han acumulado
tanto a costa de tantos como los tiranos de los paraísos comunistas.
Tremoló la bandera de la defensa
del proletariado, y en ningún lugar han sido los trabajadores tan explotados como
en las economías marxistas planificadas.
Se arrogó, en fin, la defensa de
las mujeres, y resulta que los secuestros parentales (léase: de madres que
apartan a sus hijos del padre de las criaturas) han batido todos los récords
desde que la marquesa de Villa Tinaja es ninistra de Lomismodá.
Y sí, he equiparado izquierda y
tiranía porque la izquierda, la verdadera, es incompatible con la democracia. Al
menos, con una que no sea popular, que hasta en eso hacen lo contrario
de lo que dicen.
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