Los llamados activistas climáticos -y si me acabo de inventar el nombre, me da lo mismo, creo que se me entiende-, como todos los fanáticos, se creen con derecho a hacer lo que quieran, aunque moleste o perjudique a los demás, porque consideran que están actuando por un bien superior.
Tanto da que se trate de estropear
una obra de arte o pegarse con adhesivo al asfalto -ahí les dejaba yo hasta que
las ranas críen pelo o hasta que se disuelva el adhesivo, lo que tarde más en
ocurrir-, los ecoindignados -hoy estoy ocurrente- seguirán adelante con
sus actuaciones… aunque las mismas consistan, básicamente, en quedarse parados.
A finales del mes pasado se produjo
en el Norte de la ciudad de Madrid un nuevo ejemplo de este incordio verde,
que en Barcelona consistía en pinchar los neumáticos de los 4x4 y que en la
Villa y Corte supuso que varios coches aparecieran con pintadas hechas con spray amarillo, en demanda de una movilidad menor y más lenta.
A patadas en el culo les hacía moverse
yo…
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