Dice la Constitución española que la estructura y funcionamiento interno de los partidos políticos deberán ser democráticos. Esto, tradicionalmente, sólo se ha producido en el plano puramente teórico o formal, porque en la realidad las formaciones políticas son estructuras piramidales y fuertemente jerarquizadas.
Ha habido excepciones, claro. La Unión
de Centro Democrático de finales de 1.980 y principios de 1.981 debía ser, por
lo que colijo, una especie de jaula de grillos que Adolfo Suárez se vio incapaz
de controlar. El único otro caso que se me ocurre fue la defenestración del psicópata
de la Moncloa tras haber arrastrado al partido a sus peores resultados históricos
(y, aun así, mucho mejores de los que se merecían). Sin embargo, cometieron dos
errores: no clavaron la tapa del ataúd ni cerraron la ventana, y claro, pasó lo
que pasó: el psicópata volvió y los defenestró a ellos.
Pero me estoy apartando de la cuestión.
En teoría, los nuevos partidos no iban a caer en los vicios de la vieja
política. En la práctica, no han hecho otra cosa. De los neocom y
demás variantes a la izquierda de los de la mano y el capullo no cabía esperar
otra cosa: son comunistas, por lo que tienen que ver con la democracia tanto
como con el reparto de la riqueza (propia).
Vox -el pensar en este partido
fue lo que desencadenó la idea, aunque ahora no recuerdo exactamente cuál-
comenzó como una especie de conjunto de notables, de Ortega Lara a
Espinosa de los Monteros, pasando por todos los demás. Abascal era la cara (más)
visible, pero su poder no parecía omnímodo. Sin embargo, con el tiempo parece haber
ido purgando a aquellos que pudieran hacerle sombra, siquiera en popularidad. Así,
Macarena Olona ha acabado fuera del partido (y, a lo que parece, mentalmente
desquiciada, vistas sus proclamas), y Ortega Smith condenado a una suerte de
ostracismo político.
Y queda Ciudadanos -o lo que
queda de Ciudadanos-, que comenzó como una agrupación de intelectuales y
personalidades opuestos al secesionismo catalán, pero al margen de los dos
partidos nacionales, al fin y a la postre cómplices activos o pasivos de
los separatistas. Sin embargo, cuando creyeron vislumbrar la posibilidad de
alcanzar la primogenitura de la derecha, se vinieron arriba, Rivera tuvo
demasiado protagonismo y su caída hizo saltar las costuras de una formación de
la que apenas quedan jirones.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario