martes, 4 de julio de 2023

Reflexiones atemporales CLXII – Los nuevos partidos

Dice la Constitución española que la estructura y funcionamiento interno de los partidos políticos deberán ser democráticos. Esto, tradicionalmente, sólo se ha producido en el plano puramente teórico o formal, porque en la realidad las formaciones políticas son estructuras piramidales y fuertemente jerarquizadas.

Ha habido excepciones, claro. La Unión de Centro Democrático de finales de 1.980 y principios de 1.981 debía ser, por lo que colijo, una especie de jaula de grillos que Adolfo Suárez se vio incapaz de controlar. El único otro caso que se me ocurre fue la defenestración del psicópata de la Moncloa tras haber arrastrado al partido a sus peores resultados históricos (y, aun así, mucho mejores de los que se merecían). Sin embargo, cometieron dos errores: no clavaron la tapa del ataúd ni cerraron la ventana, y claro, pasó lo que pasó: el psicópata volvió y los defenestró a ellos.

Pero me estoy apartando de la cuestión. En teoría, los nuevos partidos no iban a caer en los vicios de la vieja política. En la práctica, no han hecho otra cosa. De los neocom y demás variantes a la izquierda de los de la mano y el capullo no cabía esperar otra cosa: son comunistas, por lo que tienen que ver con la democracia tanto como con el reparto de la riqueza (propia).

Vox -el pensar en este partido fue lo que desencadenó la idea, aunque ahora no recuerdo exactamente cuál- comenzó como una especie de conjunto de notables, de Ortega Lara a Espinosa de los Monteros, pasando por todos los demás. Abascal era la cara (más) visible, pero su poder no parecía omnímodo. Sin embargo, con el tiempo parece haber ido purgando a aquellos que pudieran hacerle sombra, siquiera en popularidad. Así, Macarena Olona ha acabado fuera del partido (y, a lo que parece, mentalmente desquiciada, vistas sus proclamas), y Ortega Smith condenado a una suerte de ostracismo político.

Y queda Ciudadanos -o lo que queda de Ciudadanos-, que comenzó como una agrupación de intelectuales y personalidades opuestos al secesionismo catalán, pero al margen de los dos partidos nacionales, al fin y a la postre cómplices activos o pasivos de los separatistas. Sin embargo, cuando creyeron vislumbrar la posibilidad de alcanzar la primogenitura de la derecha, se vinieron arriba, Rivera tuvo demasiado protagonismo y su caída hizo saltar las costuras de una formación de la que apenas quedan jirones.


¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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