Con
los golpistas catalanes me ocurre lo mismo que con los dos últimos presidentes socialistas
del gobierno español: entre la estulticia y la maldad, se me hace difícil determinar,
de una manera tajante, y sobre todo definitiva, qué rasgo es el preponderante.
Porque
una de dos: o esos golpistas se creen de verdad lo que dicen -los catalanes son
una raza superior, Cataluña ha sido siempre el faro de la humanidad pero una
cruel conjura españolista les ha quitado el mérito que se les debería reconocer,
España les roba, España les mata, los españoles somos hienas, los catalanes no
tienen otro objetivo por encima del de la consecución de la independencia, etcétera
etcétera etcétera-, en cuyo caso son -como acostumbra a decir mi padre (aunque
no de ellos concretamente)- tontos del culo con ataques epilépticos; o bien no
se creen ni una sola de sus pamemas, pero las vomitan para mantener enardecidas
a las masas, por sus propios y espurios intereses (en cuyo caso, claro, son más
malos que la quina).
Viene
toda esta reflexión -que casi sería digna de una de mis reflexiones
atemporales al hilo de la protesta que se organizó en contra de la
visita de Sus Majestades los Reyes de España, a quienes Dios guarde muchos
años, al monasterio de Poblet. Protesta de nada menos que quinientos nazionalistas,
que fueron contenidos ¡por la policía regional catalana!
Si
es que ya ni el ejército de la-república-no-existe-idiota hace caso a Chistorra
y sus cuates…
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