Cuando
empezaron a amontonarse, a finales del mes pasado, las noticias que iban
sacando a la luz que el Chepas es cualquier cosa menos un sujeto
recomendable (tampoco es que haga falta ser muy avispado para percibirlo, pero
hay millones en España que le siguen votando, así que…), reflexioné en voz alta
-tenía a mi padre delante, así que mi cordura era cuando menos defendible- en
que Junior tiene al enemigo en casa. Y no porque su calientacamas le
vaya a traicionar -es más probable que ocurra lo contrario-, sino porque su
mayor enemigo es… él mismo.
Hay
cuatro rasgos en el hijo del terrorista que corren parejos: ambición,
limitación intelectual, falta de escrúpulos y soberbia. El primero y el tercero
le han llevado hasta donde está, y el segundo carece de importancia, dado que
los que le votan son todavía más estúpidos que él. Es el cuarto el que puede
provocar su caída porque, sin haber llegado a ocupar la Moncloa, ya parece
atacado por su síndrome, y se cree por encima del bien y del mal y a salvo de
cualquier posible ataque o represalia.
Si
otro sujeto despreciable -lo que no implica que siempre mienta- como Villarejo
(el amigo del amigo de la fiscala generala de desgobierno) dice que los
fiscales anticorrupción -¿acaso no deberían serlo todos?- se daban abrazos con los abogados de la formación neocom, o si la policía científica acredita
que el susodicho Villarejo consiguió los mensajes del móvil de Dina tres mesesdespués que Junior, ¿qué hace el marichulo de espalda curvada? Decir que retuvo
el móvil de su colaboradora para protegerla -si uno de derechas insinúa siquiera
una conducta semejante, le ponen de maltratador para arriba- y amenazar a los
periodistas, como si ya estuviera al mando de esa dictadura comunista que todo
indica le gustaría implantar en España.
A
quien los dioses quieren destruir, primero le vuelven tonto. Esperemos que no
se demoren demasiado en pasar a la fase destructiva, porque la estupefaciente
está más que superada.
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