Cuando comencé esta serie, mi idea era sólo ir comentando, con la inmediatez suficiente,
las noticias que iban surgiendo en relación con el juicio a los golpistas (iba
a poner catalanes, pero como uno nunca está seguro de que lo sean
realmente -Pérez, por ejemplo, creo que es aragonés-, me dejo de gentilicios)
de Cataluña.
Como
esas cosas son el cuento de nunca acabar, y además la Justicia en España está,
desgraciadamente, politizada -por unos y por otros: no olvidemos la elección
partitocrática de los miembros del Tribunal Constitucional o del Consejo
General del Poder Judicial… a finales de mes, si todo va como debe, hablaré de
cómo solucionar eso, o al menos paliarlo-, la cosa se ha alargado bastante más
allá de la promulgación de la sentencia. Digamos que se ha convertido en una
manera de tratar temas referidos a la cuestión catalana sin tener que
seguir la regla del first in, first out.
A
lo que vamos. Hace cosa de un mes, el ministro de Justicia -el churri de
la presidente del Congreso de los Diputados, según dicen- dijo en sede
parlamentaria, dirigiéndose a los ierreceos, que hay que abordar entre todos la salida a una crisis y un debate constituyente.
Desde
mi punto de vista tal afirmación, sobre exteriorizar una línea de pensamiento,
parte de un error de base, cual es considerar que la Constitución Española de
1.978 es el problema, cuando no es así. Cierto que es manifiestamente mejorable
-algo de lo que no me di cuenta durante la carrera, a pesar de haber cursado
las dos asignaturas de Político con, modestia aparte, brillantez, sino al
estudiar la oposición que finalmente aprobé… o a lo mejor es que entonces tenía
algo más de capacidad de discernimiento-, pero el verdadero problema radica en
los que pretenden violentarla o, directamente, saltársela (o pasársela por el
escroto, que viene a ser lo mismo).
Es
como si, ante la delincuencia, se dijera que el problema es el Código Penal, y
no los delincuentes…
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