domingo, 19 de julio de 2020

Una llanura tenebrosa

El cuarto volumen de la saga de Philip Reeve, Máquinas mortales, es también el más largo, y el único -exceptuando, naturalmente, el primero- que es prácticamente un continuará del anterior.
Con este último libro se ha confirmado mi opinión de que esta saga tiene más calidad puramente literaria que otras de literatura juvenil surgidas hacia el cambio de milenio. Los personajes evolucionan, tienen matices, dudan, se arrepienten… y, llegado el caso, mueren.
Es gracioso, por decirlo de alguna manera, cómo Reeve hace referencias a lo que para nosotros -los lectores- es el presente y para los personajes de la saga no es sino un pasado lejano y nebuloso. Tan lejano, que no queda claro cuánto tiempo ha pasado desde nuestros días hasta el momento en que se desarrolla la trama: puede ser un milenio, pero también varios. En el primer caso habría pasado tanto tiempo como desde el comienzo de las Cruzadas hasta hoy, pero en el segundo tanto como desde el nacimiento de Cristo, la fundación de Roma, la guerra de Troya o la construcción de las pirámides. Para que luego digan que la historia de la humanidad no es sino un avance hacia cotas cada vez mayores de civilización y progreso…
A señalar que la obra cierra la serie en lo que podríamos llamar un círculo, y que no hay un final feliz típico; al menos, no para los protagonistas principales (aunque sí para uno al que, al comienzo de todo, no le augurarías demasiado recorrido).
Resumiendo: me alegro de haber comprado la serie (tras haber visto la correspondiente película, claro), y he disfrutado grandemente leyéndola.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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