Cuando
alguien siente de verdad unos principios, no renuncia a ellos, ni los cambia,
ni transige. No sigue, en suma, el dicho de Groucho Marx, cuando uno de sus
personajes cinematográficos proclamó aquello de estos son mis principios, si
no le gustan tengo otros.
Tomemos
el caso de Gandhi. Su objetivo era la independencia de la India; su principio,
el de la no violencia. Y se atuvo a él aunque eso le costara la cárcel, las
críticas y el desprecio de sus enemigos (aunque también el respeto de algunos).
Fue tan constante en su coherencia, o tan coherente en su constancia, que
alcanzó su objetivo, haciendo decir a Einstein que a las generaciones venideras
les costará creer que un hombre así, de carne y hueso, anduviera entre
nosotros.
Tomemos,
por el contrario, el caso de Greta Thunberg, la niña sueca que dice luchar
contra el cambio climático y cuyas soluciones están sospechosamente cerca de
las propuestas por la izquierda ultramontana. Una niña que repite eslóganes al
tiempo que pone caras de enfado, con problemas psicológicos graves
diagnosticados, que no duda en recurrir -o quienes tiran de los hilos de esa
marioneta no duda en recurrir- a la mentira y la falsedad, aunque luego quede (metafóricamente)
con el culo al aire… y que, con tal de seguir en el candelabro, que
diría aquélla, no duda en subirse al carro del black lives matter.
¿Qué
será lo próximo a lo que se apunte? O a lo que la apunten...
No hay comentarios:
Publicar un comentario