Antes de la pandemia (de COVID-19) solía ir una vez a la semana al cine. En concreto, los Miércoles, que era el día del espectador (y, por lo tanto, más barato). A veces había que forzar un poco la cosa, porque no siempre ponían películas que me interesaran verdaderamente.
Con la pandemia, dejé de ir al cine. En parte,
por la propia pandemia en sí, que hizo que se restringiera el acceso a las
salas. Y en parte porque mi videoteca empezó a crecer (hasta tal extremo que
dude que pueda verla completa por mucho que viva). Lo que no cambió es que,
cuando veo una película -sea una chorrada o tenga pretensiones artísticas,
aunque predominan más las primeras-, dejo aparcado el cerebro, porque lo que
voy es a disfrutar, no a comerme el coco.
Viene esto a cuenta del estreno de Gladiator
II, de Ridley Scott. Siempre he considerado al director inglés como un gran
creador de (vamos a llamarlo así) ambientes, aunque en general me gustan más
sus películas pequeñas que las superproducciones. Pues bien, un
importante historiador ha calificado a la película de basura total.
Ya nadie parece recordar que cuando se estrenó la primera parte, hace un cuarto de siglo, los deslices históricos (siendo suaves en el empleo del término) fueron considerables. Vamos, que mi comentario fue si esta película ha resucitado el cine “de romanos”, más le valía haber seguido muerto.
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