En su rima septuagésimo tercera, Gustavo Adolfo Bécquer usa como (valga la palabra) estribillo los versos ¡Dios mío, qué solos/se quedan los muertos!
Sin embargo, me ha dado por pensar, esto no es
así. Al menos, no para los creyentes. Salvo que se trate de monstruos, tendemos
a pensar que nuestros finados son buenas personas y, por lo tanto, estarán en
la Gloria.
Los vivos, en cambio, seguimos en la Tierra. Y
cuando van muriendo nuestros abuelos, nuestros padres y tíos -aunque sea ley de
vida, porque nada hay más antinatural que enterrar a un hijo-, vamos
quedándonos en primera línea, y sin el apoyo de los que se han ido…
…aunque con la esperanza de volver a verlos.
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