martes, 12 de noviembre de 2024

Reflexiones atemporales CCXXXIII – Por qué escribo un Diario

Hace muchos años -más de cuarenta-, en algún momento -cumpleaños, Reyes…- me regalaron un Diario. Cuando lo hicieron empecé a escribir, pero de modo discontinuo. La primera vez que escribí de seguido fue en 1.982, con ocasión de un viaje a París -primera vez que visitaba la ciudad de la luz- con mis padres. Fueron sólo tres días, y las anotaciones del último día no las haría hasta varias semanas (o meses) después.

La siguiente vez que escribí de seguido fue en el verano de 1.985 (como se ve, tengo buena memoria para las fechas), las seis semanas que pasé en Irlanda. Durante mucho tiempo consideré aquel mes y medio como las peores vacaciones de mi vida. Algo melodramático (como en las demás candidatas al podio), y además, con el tiempo, he llegado a considerar que una parte no desdeñable de la responsabilidad de que (me) resultaran tan desagradables era atribuible a mí mismo. Pero claro, he madurado (algo) y he aprendido a ver las cosas con (cierta) perspectiva y ecuanimidad, cualidad que creo que siempre he tenido, aunque no siempre en lo que se refiere a mí mismo. Pero me estoy apartando del tema.

En esas seis semanas, las anotaciones eran muy detalladas, muy precisas: anotaba cuándo empezaba a hacer las cosas y cuándo terminaba, incluso cuándo comenzaba y terminaba las anotaciones.

Un par de años después, al comienzo de segundo año de carrera -Octubre de 1.987; en concreto, creo que el día 12- volví a escribir en el diario. Desde entonces no he faltado ni un solo día, aunque algunos días las anotaciones eran poco más de dos o tres líneas, y aunque, por azares de la informática, haya perdido años enteros de esas anotaciones sin posibilidad (aparente) de recuperarlos (de momento).

De todos modos, todavía no he respondido a la pregunta que da título a esta entrada. Escribo en el Diario no sólo para tener un elemento externo a mi memoria al que recurrir llegado el caso (y el caso ha llegado varias veces), sino también para (a veces) desahogarme. Cuando lo escribía a mano utilizaba muchas metáforas y claves; ahora que lo hago en ficheros de ordenador, los protejo con contraseña.

No tengo (de momento) intención de revelar esa contraseña a nadie. Con lo que podría decirse que no escribo el Diario para la posteridad, sino básicamente para mí mismo. Algo parecido a este blog, pero más personal… aunque hay cosas que no le cuento ni al Diario (es decir, a mí mismo, al menos de modo que quede constancia escrita).

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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