Si asumimos, como he hecho yo, que los nueve libros de The Expanse pueden agruparse de tres en tres, siendo cada trilogía uno de los clásicos elementos de planteamiento, nudo y desenlace, y que dentro de cada trilogía funciona la misma regla para cada volumen, este cuarto libro de la saga sería lo que podríamos llamar el planteamiento del nudo.
Llamadlo sesgo de confirmación, pero es lo
que parece. Si en los tres primeros libros se planteaba (o se plantaba) el
escenario, y una miríada (casi literalmente) de posibilidades se abría al final
del tercer volumen, en éste empiezan a pasar cosas -se aterriza en un planeta
extrasolar- al tiempo que se establece un nuevo escenario, más amplio, en el
que es presumible que ocurran más cosas.
Como sucedía en los anteriores volúmenes, la
cosa avanza parsimoniosamente hasta las páginas finales, en las que todo se
resuelve. Aparecen personajes secundarios de las anteriores novelas, al tiempo
que alguno desaparece definitivamente… ¿o no?
Los personajes, por otra parte, actúan (en mi opinión, claro está) de un modo que podríamos llamar realista: ni melodramáticos ni acartonados, reaccionan en base a emociones reales y genuinas, que van del amor a la curiosidad, de la obediencia ciega al puro interés político, de la lealtad a la observancia de unos ciertos principios morales.
En cuanto a la referencia mitológica del título, Cíbola es una ciudad legendaria llena de riquezas, que durante la época colonial se suponía en algún lugar del norte de la Nueva España, en lo que hoy es el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. La palabra Cíbola procede de cíbolo, nombre español hoy desusado que se daba al bisonte, ya que el territorio del legendario reino en donde se suponía la existencia de las siete ciudades se extendía hasta las praderas en donde (hasta mediados del siglo XIX) existían millones de estos animales. Cabe suponer que la Cíbola del título sería el mundo en el que se desarrolla la mayor parte de la trama, trama que incluye un desastre de proporciones planetarias.
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