La diferencia aparente entre un primer ministro y un presidente de gobierno es que mientras el primero es un primus inter pares, el segundo está un escalón por encima de los demás miembros del gabinete que es, además, su gabinete.
En España, y desde la
Constitución de 1.978, lo que tenemos es un presidente del gobierno. Alguien
que, quizá, esté obligado a templar gaitas entre los distintos miembros del
consejo, pero que los elige y destituye a discreción.
No es así en el caso del
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer. He de confesar
que si me suelo referir al psicópata de la Moncloa como primer ministro,
y no como presidente, no obedecía a la matización expuesta en el primer párrafo
de esta entrada, sino a ganas de tocar las narices (de tocárselas, además, a
alguien que no se iba a enterar jamás de que se las estaba tocando, pero oye,
la satisfacción no me la quitaba nadie).
Sin embargo, las circunstancias parecen
haber confirmado que tengo una cierta capacidad profética o adivinatoria
(también puede ser -lo de puede es una licencia poética, porque es una
certeza- que adolezca de un acentuado sesgo de confirmación), visto lo visto.
Porque cuando, hace cosa de un mes, los rumores sobre una crisis de gobierno se hicieron ostentóreos, que diría aquél, la parte neocom de la coalición gubernamental avisó a Sin vocales de que no cedería ministerios en la remodelación gubernamental. Y, visto lo visto, parece que la Yoli tiene agarrado a Sanchinflas por lo que las malas lenguas dicen que tiene su esposa.
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