Este verano, una de mis parientes -de la (reducida) rama roja de la familia- dijo, completamente en serio (en lo referente a la política, carece absolutamente del sentido del humor) que, en su opinión, había un auge del antifeminismo.
Naturalmente, no me pareció que
tal cosa fuera cierta, aunque una conocida -apartado maricomplejines-
estuvo de acuerdo con mi pariente cuando le planteé la cuestión. Naturalmente,
discrepé de nuevo.
En mi opinión, lo que hay es un
rechazo cada vez mayor al feminazismo; lo que pasa es que giliprogres,
maricomplejines y las propias feminazis califican de antifeminista
(por no decir de directamente fascistas) cualquier cosa que se aparte del
dogma establecido (por ellos mismos), aunque provenga de sus propias filas…
aunque debo decir que todavía estoy esperando a enterarme de que han puesto
como chupa de dómine a Lidia Falcón por llamar mutantes a los
transexuales.
A la que íbamos, que me enrollo
(bueno, así hago que la entrada quede un poco menos ridículamente corta). Victoria Rosell (delegada del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer contra la sedicente violencia de género) ha relacionado las agresiones a las mujeres con
hombres envalentonados e indignados con el feminismo. Pues no, señora mía, la cosa no es así. Sin pretender frivolizar con algo tan serio como
la violencia contra las mujeres (no de género, no machista), si los
agresores estuvieran indignados con el feminismo, las agresiones las sufrirían
las (y los) feministas, no la prójima.
Vamos, que los agresores son, en mi concepto, los mismos desgraciados miserables de siempre. Ni más, ni menos.
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