En apenas dos semanas del mes pasado -las dos centrales-, el caso de la niñera de los marqueses de Galapagar pasó de lo ridículo a lo patético. Siempre con cargo a los fondos públicos, claro (que para eso, según la concepción de la izquierda, no son de nadie): en origen, por el dinero que se pagó a la interfecta; e in itinere, porque están haciendo dedicar tiempo y fondos de la judicatura para investigar el temita.
Comienzo. El día ocho, la noticia
era que la fiscalía pedía imputar al tesorero y a la gerente de los neocom
dentro de la causa seguida por el referido asunto, aunque rechazaba la
imputación del mamarracho alfalfa porque no existe ningún elemento que
acredite siquiera indiciariamente su participación. Hombre, eso es cargarse
de un plumazo la presunción de paternidad de la criatura, porque sin criatura
no habría niñera, y sin niñera no habría caso.
Me dejo de coñas y sigo. Cuatro días
después, el doce, la noticia era que el juez que lleva el caso había decidido
atender la petición de la fiscalía e imputar al tesorero y a la gerente. Apenas
cincuenta horas después, el catorce, la niñera polímata -puesto que, además de
cuidar niños, es asesora en el ninisterio de Lomismodá, o viceversa-
intentaba quitarse de en medio -judicialmente hablando; es decir, que echaba balones
fuera-, diciendo que sostener un bebé unos segundos no es cuidarlo. Vamos
a ver, mujer, depende de en qué circunstancias lo sostienes y, sobre todo,
cuántos segundos son unos: uno, dos, diez, cien, tres mil seiscientos,
cuarenta y tres mil doscientos, ochenta y seis mil cuatrocientos… precisa,
precisa.
Probablemente siguiendo esta línea de razonamiento (nótese la ironía), el tesorero y la gerente fueron incapaces, el día diecinueve, de explicar las funciones de la niñera asesora de la calientacamas de Galapagar. No he entrado en la noticia para quedarme con la duda de si las funciones inefables eran como niñera… o como asesora.
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