Tengo un amigo que, refiriéndose a los que se consideran a sí mismos muy por encima de sus verdaderos merecimientos, los define como quien se cree mierda y no llega a pedo.
En ese grupo cabría incluir a los
supremacistas catalanes y vascos, que lo mismo consideran que tienen un culo
más respingón que el de los maquetos -y se avienen a dejárselo medir, con el
ridículo consiguiente cuando el interlocutor demuestra que, aunque la cabeza
pueda ser de menor tamaño, el ingenio es muy superior- que estiman que son de
una raza superior, más estéticamente agraciada y de lengua más melodiosa y rica
que las del resto de España.
Así las cosas, no es extraño que tachen
de primitivos los estatutos de otras autonomías -salvo que, en ese
dialecto del occitano que se hablaba en Barcelona, primitivo signifique constitucional-,
o que afirmen que la relación bilateral entre la entre el consejo
regional de gobierno y el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer no es un trato de favor, sino un trato justo.
Mira, mona, no te digo yo lo que consideraría daros un trato justo porque me llaman machista, fascista, centralista, imperialista y no sé yo cuántos istas más. Y primitivo: además, primitivo.
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