La desvergüenza del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer sólo es pareja a su absoluta falta de escrúpulos. O viceversa, que lo mismo da que da lo mismo.
Que estamos dirigidos por una
pandilla de liberticidas que quieren controlarlo todo y a todos parece fuera de
toda duda. Las declaraciones de hace unos días de la ninistra de
Injusticia hacen que aquella ocasión en que Felipe González preguntaba, sin
darse cuenta de que le estaban grabando, si nadie les decía a los jueces lo que
tenían que hacer , parezcan un caso leve de candor infantil.
Porque, un cuarto de siglo
después, sí que hay quien les dice a los jueces lo que tienen que hacer. Y es
precisamente quien debería velar por su independencia, quien fue cuarta
autoridad del Estado, la que busca presionar al Supremo diciendo que ve bastante
improbable que anule los indultos a los condenados por el butifarrendum
II.
Sería de desear que en esto, como en otras cosas últimamente, el poder judicial volviera a dejar al ejecutivo con las vergüenzas al aire. Lo cual no deja de ser una figura retórica porque, como he dicho al principio, carecen de ellas.
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