Cuando un líder populista hispanoamericano -no empleo iberoamericano porque no me consta que los brasileños recurran a esta triquiñuela- alcanza el poder, es frecuente que le eche la culpa de todo lo malo que hay en su país a los malvados conquistadores españoles. Parecen olvidar que estuvimos allí unos trescientos años, y que llevan siendo independientes doscientos.
Quiero con esto decir que, en los
dos siglos desde que los españoles del otro hemisferio dejaron de serlo
-recordemos que los americanos eran tan españoles como los europeos, no en vano
se hablaba de españoles de ambos hemisferios-, tiempo han tenido de
enmendar los supuestos yerros que trajo la colonización.
Porque, al igual que los giliprogres
patrios con el franquismo, sólo critican lo que les parece. No critican las
universidades, los avances científicos, ¡la rueda!, todo lo que los españoles
llevamos a América. Aparte que, como Salvador de Madariaga le dijo a alguno de
aquellos líderes -he encontrado distintas versiones, en la que conozco era
Fidel Castro-, no fueron nuestros antepasados los que (supuestamente)
oprimieron a los indígenas, puesto que se quedaron en España; serían los de
esos líderes, que cruzaron el charco.
Por otra parte, tiende a
olvidarse la frialdad de los números: hay más indios y más mestizos al Sur del
Río Grande que al Norte; y han alcanzado mayores cotas de poder hablando
español que inglés o francés. Por eso, que un comunista peruano se descuelgue
diciendo que
(…) durante cuatro milenios y medio, nuestros antepasados encontraron maneras de resolver sus problemas y de convivir en armonía con la rica naturaleza que la providencia les ofrecía. Y esto fue así hasta que llegaron los hombres de Castilla, que con la ayuda de múltiples felipillos y aprovechando un momento de caos y desunión, lograron conquistar al estado que hasta ese momento dominaba gran parte de los Andes centrales
debería mover a risa -¿cuatro milenios y medio? Cuatro siglos y medio, y gracias-, si no fuera por la calamidad con sombrero que le acaba de caer al país con capital en Lima. En cuanto a las maneras de resolver sus problemas que tenían los incas quizá fueran menos drásticas que las de sus primos los aztecas, pero tampoco creo que les fueran demasiado a la zaga. Al fin y al cabo, se trataba de una monarquía absoluta.
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