Las andanzas del marqués de Sotoancho hace mucho que perdieron la capacidad de sorprender. Por tanto, si sigo leyéndolas sé lo que me voy a encontrar; y como lo que me voy a encontrar me agrada,las leo.
¿Y qué voy a encontrar? Sentido
del humor, ironía, algún estacazo al giliprogrerío (siempre he
considerado al inefable marqués como un trasunto de su autor) y, naturalmente,
alguna aventura, vamos a llamarla así, galante.
En este caso, el objetivo del
marqués es, como en el Tenorio de Zorrilla, una novicia que está para
profesar (la comparación no es baladí). El marqués es un viejo verde, que se
enamora a las primeras de cambio, siempre definitivamente, y se desenamora
igual de rápido; o enviuda, lo que viene a ser lo mismo. Es, además, un rico
sin complejos, que no se avergüenza de serlo y que dispone de su dinero con una
liberalidad tal que a muchos nos gustaría estar cerca de él.
Si a eso le sumamos que el libro cayó en apenas doce horas, un entretenimiento agradable antes de afrontar objetivos de más enjundia… y de más volumen.
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