Para la izquierda, ya desde la época de la víbora con cataratas, la culpa de todo era de la herencia recibida, de la derecha o de una combinación de las dos cosas.
Hace un par de días comentaba que
la ninistra de Injusticia (cuando uno cree que es imposible empeorar al
precedente, va el psicópata de la Moncloa y lo consigue) decía que consideraba bastante
improbable que el Tribunal Supremo anulara los indultos a los golpistas
condenados.
Naturalmente, la opinión pública
que no comulga con los postulados del desgobierno socialcomunista que tenemos
la desgracia de padecer, o con sus cómplices golpistas, terroristas, comunistas
y, en general, anti españoles, se le echó encima, acusando a la que fuera hasta
no hace mucho cuarta autoridad del Estado de intentar presionar al Supremo.
En lugar de recular, la susodicha
perseveró y, en la línea de lo que dije en el primer párrafo de esta entrada, afirmó
que es la oposición quien pretende influir sobre la decisión del Supremo (¡qué desfachatez, pretender que actúen conforme a la Ley), al
tiempo que afirmaba que quien hace afirmaciones sobre su supuesto intento de
injerencia desconoce cómo es el sistema judicial y la absoluta independencia
que tienen los magistrados del Supremo, eso es que no los conoce bien.
El problema, Pilarita, es que los conocemos demasiado bien… a ellos, y a vosotros, que se os ve venir desde las antípodas.
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