Los que se quejan de la intolerancia de los españoles son, precisamente, los que más intolerantes son con los que no piensan como ellos.
Así, si alguien pertenece al
colectivo Universitarios por la Convivencia y denuncia en los tribunales
el manifiesto de las universidades en favor de los golpistas y que la sentencia
fuera favorable a sus tesis, relativas a la obligada neutralidad ideológica de
los centros académicos, no sólo se arriesga a que le llamen fascista y colono,
sino que se va a encontrar con que, proferidos los denuestos en el claustro de
una universidad, ni el rector de la misma ni ninguno de los ciento ochenta
asistentes va a mostrar su rechazo al ofensor.
El que calla, otorga.
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