Al comienzo de la pandemia, el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer minimizó la importancia de la pandemia: no habría más allá de uno o dos casos, la violencia contra las mujeres causa más muertos que el virus… ¿os acordáis?
Luego vinieron una serie de
directrices contradictorias -mascarillas sí, mascarillas no, mascarillas
depende-, de adquisiciones chapuceras (bien porque se las encargaban a
amiguetes, bien porque no habían interiorizado lo de que el que compra barato,
compra dos veces), de proclamas triunfalistas -hemos derrotado al virus-,
de medidas ilegales (un estado de alarma de seis meses), de ocultar las consecuencias
de la pandemia (en número de muertos y en imágenes de los depósitos de
cadáveres), de decisiones que deberían ser consensuada y se imponían porque a estaninistra
le salía de los ovarios (es decir, a Sin vocales de los dídimos)…
Resumiendo, que para cuando el
consejo de ninistros empezó a dar directrices con sentido (vamos a ser
misericordiosos y pensar que alguna habrá dado, siquiera sea por error), ya
nadie les tomaba en serio, al estilo de Pedro y el lobo, el pastorcillo mentiroso
y tantos y tantos personajes de fábula.
¿Resultado? Que la gente, cuando
ha terminado la obligación de llevar mascarillas, se ha despendolado. Sobre
todo los jóvenes, la teóricamente generación mejor preparada de nuestra
historia y que, visto lo visto, son todos una panda de descerebrados (nihil
novo sub sole, sólo que corregido y aumentado). Así que, tras los viajes de
estudios a Mallorca (¿qué estudios?), tenemos un macrobrote con más de trescientos contagiados de seis comunidades.
Por ello, y por mucho más…
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