Por más aparente cualificación o prestigio profesional que puedan tener, cuando alguien ingresa en un gobierno socialista queda como un perfecto inútil.
Ocurrió con Pedro Solbes, que se
había labrado un cierto nombre como comisario europeo… aunque no antes de haber
sepultado a España en una crisis económica pavorosa (ojo, que no digo que fuera
culpa suya meternos, sino que no supo sacarnos). Ocurrió con Pedro Duque, que
parecía el típico sabio simpático y un poco distraído, y que se ha revelado,
para empezar, como un truquista con Hacienda.
Y ha ocurrido con Nadia Calviño,
que parecía la eminencia del desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer -algo, por otra parte, nada complicado, dado el ínfimo
nivel de la mayoría de sus miembros, primer ninistro incluido- y que ha
caído en el más habitual de los vicios de los ministros económicos socialistas:
prometer la luna (recordemos lo de la championlí minutos antes de
estampanarnos con la crisis de finales de la primera década del siglo actual)
cuando no tenemos ni un trampolín para pegar un saltito.
A lo que voy: el pesimismo (suelen
decir que un pesimista es simplemente una persona bien informada) ha enfriado
las previsiones gubernamentales y España podría crecer un cincuenta por ciento menos
de lo que calcula el Gobierno. De hecho, las agencias de calificación creen que
el crecimiento este año será un veinte por ciento menor de lo esperado por
Calviño, y que España no recuperará hasta dentro de dos años el nivel previo a la
pandemia.
Y ahora, iros al título de la
entrada.
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