La hipocresía de la izmierda española es, dentro de lo insoportable que me resulta toda ella en general, uno de los rasgos que más detesto.
Porque a un izquierdista (incluso
a un comunista, caso de Anguita o de Marcelino Camacho) cuyos actos resulten coherentes
con sus palabras puedo respetarlo. Pero llevo muy mal la incoherencia del progretariado,
que dice una cosa mientras hace básicamente la contraria. Ya ni hablamos de lo que dista lo que decían
antes de alcanzar el poder y lo que hacen cuando lo detentan.
La calientacamas de
Galapagar, por ejemplo, juraba en arameo cuando la factura de la luz subió -en
tiempos de Rajoy, claro- un cuatro por ciento. A principios de este mes subió
diez veces más, y calló como callan las gallinas (interprétese este sustantivo
cómo se desee).
Luego está el caso de la ninistra
de Transición hacia no se sabe dónde, que es capaz de contradecirse a sí misma
en cuestión de segundos: mientras que la propia cuenta oficial de su ninisterio
promociona las horas más baratas de la electricidad -entre las que está el
horario de madrugada-, ella dice, tan pichi, que no recomendaría a su madre levantarse a las dos a planchar (yo tampoco, para eso están los fines de semana).
Lo que callan, tanto una como otra, que la tarifa actual más barata es la previa más cara. O sea, que nos han metido un tarifazo, sí o sí.
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